Entregamos
la nota realizada cuando fue declarado ciudadano ilustre de
la Ciudad de Buenos Aires, su poemario el homenaje de Juan Carlos
Cena, su amigo por casi cinco décadas: J. L. Mangieri,
EL TRASGRESOR y el cuento EL RELOJ.
HOMENAJE
A MANGIERI
Por Elena Luz González Bazán especial para Villa
Crespo Digital
2 de noviembre del 2015 *
Este miércoles 28 de marzo del 2007 José Luís
Mangieri será nombrado ciudadano ilustre de la Ciudad
de Buenos Aires.
Es de esos reconocimientos más que merecidos, tendrá
la compañía de amigos y compañeros de todas
estas décadas de vida militante por la cultura y por
la vida. Por los ideales y la poesía.
Será el homenaje a un hombre del pueblo, al hijo de un
anarquista, al porteño característico, al militante
político, al guevarista y al hijo nacido en el conventillo.
El hombre que recuerda a la prostituta María que les
regalaba caramelos los domingos...
Al que hacía asados en la vereda con sus amigos Framini,
el Tata Cedrón y el peluquero del barrio.
Es el homenaje al editor, escritor y periodista, al trabajador
gráfico y al padre de sus hijos.
De la primera época de la Rosa Blindada hablan muchos,
de la segunda etapa casi nadie...
La Rosa Blindada editó en la primera época a la
socióloga Beba Balvé y otros autores cuando realizaron
Lucha de calles, Lucha de clases...
En la segunda época han escrito sobre la realidad nacional
con sus aciertos y errores: Nicolás Iñigo Carreras,
Miguel Mazzeo, Andrés Fidalgo y Juan Carlos Cena entre
otros. en el caso de Juan Carlos Cena cuenta, uno de los libros
editados por la Rosa Blindada, con el Premio Nacional de la
Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación
y otros premios, estamos hablando de El Ferrocidio, y Mangieri
siente placer al pensar que ha editado todos los trabajos de
su amigo y compañero de décadas...
Es la apuesta a ganar y perder, a arriesgar y otear sobre cada
uno de los escritores que han deseado ser publicados por la
Rosa Blindada... En esta jugada Mangieri acierta y espera que
los logros sean fructíferos...
Es el homenaje a un hombre de la cultura... simplemente es un
galardón adecuado, justo... Pero en su mundo, él
de José Luís, seguirá siendo el mismo hombre
sin tiempo...
Lo que entregamos son poemas inéditos. Además
está su libro de cuentos 15 poemas y un títere...
Lo que sigue es una nota realizada a fines del 2003 por Juan
Carlos Cena, amigo y compañero de historias de luchas...
Los poemas de José Luís y un cuento, también
de Cena, en 1999, sobre un hecho real, el día que ¨recuperó
el reloj de su padre...¨
J.L.
MANGIERI, EL TRASGRESOR
Por Juan Carlos Cena especial para Villa Crespo Digital
28 de marzo del 2007
No
me será fácil abordar el quién es Mangieri.
Los transgresores tienen una movilidad que escapa a nuestro
orden. Es decir, nuestro ordenamiento rutinario se rige, las
más de las veces, a través de herramientas como
el reloj o el almanaque. Estos elementos marcadores de tiempos
no encadenaron nunca a José Luís, para él,
son sólo referencias. Sólo lamentó cuando
en un allanamiento de su casa los milicos le llevaron el reloj
de bolsillo -Longines- de su viejo, que trabajaba en el corralón
de la municipalidad
Más
de una vez me preguntaron como es que me llevaba tan bien con
él. Respondí: realicé un curso de física
cuántica, y estudié la teoría del caos.
Ese desorden, para nosotros, o sea el caos de Mangieri, es simplemente
otro orden, que muchos terráqueos no poseemos ni podemos
percibir. Nuestra naturaleza es más primitiva. El tiene
la naturaleza de un chamán urbano, doble, contradictoria,
por eso es dialéctica, es la unidad de los contrarios.
Digo
todo esto, porque ¿como se entiende la enorme labor que
realizó José Luís fuera de nuestro orden?
Se puede comprender, si uno tan solo percibe que el orden de
él, también abarca e incorpora al nuestro a su
voluntad, ese es el secreto de su multiplicidad. Mangieri transita
dos ordenes, nosotros escasamente caminamos por el nuestro.
El va y viene entre ellos con naturalidad. Eso sí, si
cuando lo encontras y en ese momento anda en el otro orden,
o sea en su caos, su osamenta te va a tratar bien, su mirada
no es grosera y su lenguaje galante y más si es dama,
él es muy feminista.
Pero le debemos agregar lo más valioso que tiene José
Luis: su compromiso con la vida. Por estar, del mismo modo en
ese compromiso, lo conozco por intermedio de un librero comprometido,
el gordo Hernández y desde ese día, allá,
por la década de los sesenta apareamos nuestros órdenes
y compromisos. El, editor y poeta, yo ferroviario, es decir
obrero ferroviario, y Hernández eran el fenicio militante
de esas transgresiones.
Otros
contaran su obra en forma cuantitativa y cualitativa. Me interesa
el José Luís ser humano. Pero si diré que
desde que inicia todos los emprendimientos editoriales, su mirada
estuvo centrada en el campo popular nacional e internacional.
En el campo de la poesía, él, fue el partero de
muchos célebres que en forma desagradecida le pagaron,
no me refiero a los níqueles, sino a su abandono, diría,
son bajas de amigos que estaban en su mochila, cosas que nos
depara la vida
La
primera etapa de la Rosa Blindada, tanto en su revista como
en sus libros lleva la marca no indeleble de José Luís.
En la segunda etapa, donde participo, posa su mirada y apela
a su olfato gatuno, que esta vez es nacional lo que debe primar.
Así fue. Ver los trabajos editados es ver su marca. Sé
de rechazos a trabajos de apariencia académicas, y solo
eran recopilaciones cronológicas de recortes periodísticos
mal leídos. Su mirada los perforó, fue lapidario.
Pero
docente con los que nos iniciamos en la escritura y en el uso
correcto de lenguaje, fue un paciente escrutador de nuestra
gramática. Era una obligación militante escribir
y utilizar correctamente el lenguaje. Para muchos, fue un aprendizaje.
Soy un agradecido. El no fue el único, pero me estimuló
con criterio y fuerza lo que debía escribir.
Hablar
o escribir de José Luís y sus andanzas por los
ordenes, es un nunca acabar. Cuento: Era coordinador general
de la Escuela de Formación Sindical del Sindicato de
Luz y Fuerza de Córdoba junto a Elena una docente, historiadora
y periodista, convocamos a José Luís a que diera
una charla sobre cultura obrera. El primer turno comenzaba a
las 8 de la mañana el segundo a las 14, habló
a la mañana con intervalos de descanso, aparente, y llegó
el turno de la tarde del cuerpo de delegados, se juntaron con
el primero que continuaron sin desertar hasta las 18 horas.
Siempre digo que José Luís te pitonisa, ese día
pitonizó a un cuerpo de delegados duros, que venían
de protagonizar una dura y larga lucha contra la privatización
de la Empresa de Energía de Córdoba y que ganaron.
Ese día marcó a esos casi 80 compañeros,
ellos nunca se olvidan de él, de su alma joven, de su
ternura, de su inflexibilidad con los principios, y como los
instó a ser honestos, dignos, libres y valientes con
lenguaje porteño pero con calles transitadas y mucho
estaño en los codos. Los alentó a escribir. Al
otro día. Tímidos y no tanto, los compañeros
delegados del sindicato le arrimaron carpetas con cuentos, poesías,
artículos. Leyó todo, y los citó a uno
por uno en nuestra oficina, y en privacidad los alentó
y les dio consejos docentes. Esos compañeros vuelcan
sus escrituras, desde esa fecha, en la revista y semanarios
del sindicato. Sembró, ahí están esos primeros
brotes.
En
el primer concurso de cuentos y poesía de nuestro sindicato
ferroviario, fue jurado, y entregó de su donación
los primeros tres premios. Pocos saben de la cantidad de bibliotecas
que creo y abasteció en todo el territorio nacional,
son incontables, soy testigo y acarreador de libros de ese acto
solidario.
Me interesó sólo hablar de ese hombre que me honra
con su amistad, de ese tipo, porteño de barrio que se
me prendió de mis hilachas provincianas, que es uno de
los pocos amigos que tengo en donde me siento a charlar relajado
con las vísceras abiertas. A veces lo veo, a veces lo
llamo y por su voz y entonación me doy cuenta porque
orden anda transitando. Los viejos libertarios decían
que no había que avergonzarse del amor viril entre los
hombres, y que se debía practicar, es la relación
entre amigos que se cosechan cuando se transitan distintos caminos
de lucha, pero dentro del mismo campo... ¿hace falta
nombrarlo? Su obra, su actitud frente a la vida, el respeto
por las ideas del otro, y la paciencia impaciente que tuvo con
este Negrito con Zapato, como así me apoda, lo marca
como un hombre cabal. Como dirían los anarquistas, un
Hijo del Pueblo.
POEMARIO DE JOSÉ LUÍS MANGIERI
A
Marcelo Gelman, Alcira Fidalgo y Pablo Schmuckler,
desaparecidos, porque también son mis hijos
Para Martín y Andrea
A
la ciudad le arrancaron los ojos
y los bienamados agitan por los bares sus cucharitas
de aire.
Nadie
nos conoce a nadie conocemos
Fugitivos
muertos que caminan por México nos piden yerba
La Hoja
o estampitas de Ceferino Namuncurá. Los que vagan
por España,
fallecidos que su pudren como las princesas rusas en
el París del 20
¿Pero
y los que no están no están?
¿Los desaparecidos, desaparecidos?
¿Los muertos dendeveras?
¿Los que no piden discos de Gardel porque los
bichos les comieron la música
ni sufren en dólares porque no sufren más?
Temo por ellos algo más pulguiento que la muerte
más pior que los estrujamientos de los huesos
más griposo que desguazarse en los zanjones
o en las aguas puercas del Río de la Plata
algo más feo puede pasarles todavía
olvido desgraciado
Nuestros
cuerpos arden en la noche
como animales dorados.
La inteligencia es una espada
que cela en la oscuridad.
Septiembre
1981
Cayó
de pronto en esas mismas sombras
calientes todavía,
enfureciéndose por el amor ausente.
El recuerdo no se parece a la nada
murmuró el hombre
hiere y sangra.
Ahora sí
se sintió totalmente desnudo,
amenazado.
Septiembre
1981
El
hombre velaba todavía con el fusil al hombro
los grandes nombres que yacían en la memoria.
Pero
la ternura de la muchacha relampagueó en la noche
desarmándolo para siempre.
Ahora camina bajo el sol
erguido otra vez sobre la tierra.
Septiembre
1981
La
muchacha siempre estaba-
con su pelo largo
con sus piernas largas
y su corazón azul
profundo y vasto
como el cielo de todos.
Noviembre
1982
Es
el último día del año que vivimos
en su totalidad.
Como diría Vivaldi,
pasamos las cuatro estaciones.
Hicimos el amor, nos lamimos como animales ebrios de
sol.
No lo olvides: alcanzamos, juntos (nosotros), el cielo.
Y nadie tiene interés ni en regresar ni en saber
de dónde vino.
31
diciembre 1982
Las
rosas se asoman insistentes en el aire azul.
¿Nos están permitidas sin traicionar la
memoria?
El recuerdo es poca cosa para tanto pasado,
para tanta vida sobre el abismo.
¿Es este otro vino, otro el amor?
¿O todo es un río solitario que deja a
algunos en la orilla
crucificados en la injusticia de la muerte temprana?
Sobre
las rosas los soldados de hielo desaparecen
llevados por el río
y nosotros olfateamos la vida
como animales desbarrancados pero vivos.
Anulamos los viejos nombres de la batalla
pero la guerra ha terminado.
Las
antiguas banderas solo flamean
en la tormenta de nuestro corazón.
Descansen
en paz los compañeros
bajo una tierra sembrada de sal,
sobre la cual comenzamos a pelear contra el olvido
1
noviembre 1983
Todo
era muy cálido
húmedo y turgente.
El amor fue un sol
que reventó en el cielo
y al caer sus pedazos
ardieron la tierra.
27
septiembre 1984
Hoy
me levanté dispuesto a ser un buen ciudadano
democrático.
Así que comencé a funcionar democráticamente
en cuerpo y alma.
Me apené -lo justo- por la miseria de los otros,
me indigné ante la injusticia de las injusticias,
condené -de palabra- a los ladrones y a los asesinos
(sobre todo a los asesinos)
y en el subte compré unas estampitas a un chiquilín
rotoso.
Pagué los impuestos en Obras Sanitarias
y las boletas de la jubilación -llegó
la hora de pensar en eso-
porque le pagamos las cuentas, me dije,
la democracia nos protegerá a todos
de la miseria -de los otros-
de la injusticia -que revienta a los otros-.
Tiernamente, yo quería ser un ciudadano democrático.
Pero a las tres de la mañana desde París
me llamó mi amigo
con su voz pastosa de amores contrariados y algunas
más desgracias
para preguntarme por los antiguos animales
sobrevivientes de la era del fuego y los glaciares.
Así que contesté a París:
bien hermano, andamos medio torpes,
pero la pendejada comenzó a disparar sus primeros
versos.
Volvé pronto.
30
noviembre 1984
Lea
A
veces
todo es confusión
menos vos
30
enero 1985
Hemos
incorporado a la muerte
en nuestro corazón
alegremente.
Alguna vez
alejaremos a la sin hueso
para siempre
30
enero 1985
Parecía
que la muy belga ciudad de Huy
no existía en la noche ni en el mundo
cuando la encontramos desapareció la rue de la
regne con su casa número cuatro.
Finalmente,
la luz solidaria de Anne nos sacó de nuestro
extravío.
Y Lea y yo dormimos abrazados, encontrados.
16
junio 1985
Hace
cuatro años que te hablé de mi amor por
vos
a través de una historia espacial.
Hoy vivimos una vida real, en la tierra,
con un amor que tocamos como al cielo.
4 julio 1985
La
muchacha partió
adiós, adiós
ya todo está en el cielo
azul de la noche
el regreso a casa es más lento
la soledad espía oculta en el ropero
pero no hay sombras
la cama está llena de luz.
8
septiembre 1986
mientras
corríamos con los ojos reventados
bajo la oscura noche azul
sin posibilidades
ya ninguna
mientras chorreábamos por todos los agujeros
los naturales y los otros
alguien lavaba cantaba
también hacía el amor
22
junio 1987
Yo
no vivo en Dinamarca
Algo
podrido recorre el país
que no es Dinamarca
ni yo soy Hamlet.
Los mayores no aguantan la verdad
por ejemplo la de un tiro en la nuca
o la de cadáveres trinchados
en antiguos camiones frigoríficos
no hay imaginario no hay erotismo
que
veinte años no es nada
pero los jóvenes de veinte años justamente
tienen una piraña en cada ojo
-para verte mejor-
o en cada oreja
-para oírte mejor-
yo no soy Hamlet
pero ellos tampoco Caperucita Roja
tengan cuidado maduros distraídos
esos niños están al acecho.
13
septiembre 1989
Mirando
una reproducción de Andrew Wyeth
hay
un pedazo de campo
tirado en ese cuadro
un negro reposa con la horquilla en la bragueta
soñando que ensarta a su amo
los ángeles piadosos del cielo que lo cubre
rezan para que sus sueños se hagan realidad.
13
septiembre 1989
I
La guerra ha terminado
todos los combatientes han muerto
uno sobrevivía
solo tenía una bala de hielo en el corazón
respiraba aún
II
Los combatientes de la derrota se envían cartas
de amor
de solidaridad
de tibieza
los mensajes disparan por el aire como pedazos de fuego
que incendian el cielo y desaparecen
avisando de un mundo que fue
la sangre queda
26
abril 1990
a
Lea, por su vocación de vida
Hoy me llamó un compañero del alma
desde muy lejos
me alegré
pensé que me iba a decir que estaba muy bien
o que se estaba muriendo
o que iba a preguntar por mí
pero me pidió que le enviara unos libros
-simplemente-
hoy
visité a una amiga entrañable
y pensé que iba a hablar
desde muy cerca
de que estaba muy bien
o que se estaba muriendo
o que iba a preguntar por mí
pero no
hablamos de la literatura, de su poesía
de nada
ahora sé que pedir un libro
o hablar de intranscendencias
es hablar de la muerte
o de mí
o de ellos.
31
enero 1991
El
viento sopla
los sombreros se doblan
los cogotes también
el viento sopla
los sombreros se vuelan
los cogotes se doblan
la tristeza avanza
como la arena.
El
RELOJ
Por
Juan Carlos Cena
A
José Luís Mangieri...
un hombre sin tiempos
No
es de llegar tarde a las citas, pero sí de olvidarlas.
Al llegar siempre dice hola, y comienza a hablar como si fuera
la continuación del diálogo que viene manteniendo
con él mismo. A veces, le sobran palabras de su diálogo
interior, que caen cuando pega el frenazo, como perlas de saliva
sobre el mantel, o dentro del pocillo de café o té;
o ruedan y caen al piso, y rebotan y se deslizan sobre la mesa
vecina, y a veces, por el mismo envión, se zambullen
dentro de la taza de café, y éste que siente ¡flop!,
y que se asoma a la taza creyendo que es una mosca que practica
saltos ornamentales y se mandó pa'dentro y que la busca
con la cuchara y no la encuentra...
Después
del hola, y el vuelco del exceso de palabras, vienen como unos
puntos suspensivos invisibles, frena lo que venía rumiando.
Hay que esperar. Es así, y hay que asumirlo. A veces
se abstrae, se va de viaje vaya a saber a dónde. Está
ahí pero no, es la osamenta que se mueve porque aspira
y expira. Pero él no está. Se rajó. Se
ha ido y habla sin puntos ni comas, en vacío, expulsando
palabras excedentes; tan minuciosas él, con los textos
de los libros que edita... Como una cuestión mecánica
mueve las manos, gesticula, pero no está. Es un raje
urbano. El ser rural cuando se va, se va, y deja el cuero casi
inmóvil.
Hay que esperar. Quedamos en encontrarnos en el bar La Ópera.
Elegí ese lugar porque el tilingaje merodea poco. Quería
estar solo con él. Le llevaba un presente. Presente que
hace rato andaba buscando y que me parecía que le iba
a gustar.
Llegó,
desensilló, habló, sorbió su café,
aún no terminaba.
Hay
que esperar.
Esperé.
Cuando lo vi calmo le repetí lo que le había dicho
varias veces: que quería darle algo. Pero como no es
interesado, no me daba bola. Ahora tampoco, sólo arqueó
las cejas, como si se lo dijera por primera vez.
Abrí
el portafolio. Traía envuelto el presente en un pañuelo,
lo desaté y se lo ofrecí en la palma de la mano.
Éste,
el Tano, abrió la boca llena de asombro, tomó
el presente con delicadeza también con la palma de la
mano. Lo depositó sobre el mantel, extrajo varias servilletas,
le hizo como una especie de cuna en el cuenco de su mano; ahí
quedó en silencio, con la boca abierta.
Hay
que esperar, me reiteré.
Lo
miraba y lo miraba. Yo esperaba a que volviera, porque se había
ido. Se había piantado. Acariciaba los minuteros negros
azulados por sobre el vidrio del cuadrante, como si éstos
fueran plumas de un pájaro precioso; se lo acercaba al
oído. Sentía el latido del tiempo y sonreía.
"Hay
que esperar más, está muy ido", me dije.
Volvió con la boca ya cerrada y dijo lo que yo no esperaba:
-Es
el reloj de mi viejo -me miró fijo, y con una sonrisa
de reproche me espetó: Treinta y tres años, cuánto
tiempo, cuánto tiempo sin tenerlo... Me lo llevaron los
milicos en un allanamiento durante el onganiato. Ese día
cargaron con todo. Pero lo que más sentí fue el
reloj de mi viejo. Más de treinta años sin él...,
¿recién me lo traes?
Me
dije: "Negro, hay que esperar. Está viajando en
otro tiempo, el Tano se piantó de nuevo, ya volverá".
Hay que esperar.
Yo
esperaba. Esperaba también, a decir verdad, entre otras
cosas pequeñas de la vida, un gracias, cortito aunque
sea. Pero no, me reprochó el tiempo demorado, en eso
de la devolución. Yo quería contarle que ese reloj
era de principios de siglo, los que usaban los guardas del ferrocarril,
un hermoso Longines. Decía Ferrocarriles del Oeste en
su tapa. Transmitía un hermoso sonido.
Él lo seguía mirando.
Yo,
esperando.
Y
mientras, me decía a mí mismo, como buscando un
entretenimiento, si habrá recibido miradas este reloj,
si sabrá de citas, reuniones, encuentros legales y clandestinos,
horarios de trenes. Si el reloj pudiera narrar los tiempos circulares
vividos, las miradas ansiosas, afligidas. No dejaba de ser ese
aparato marcador de tiempos, un controlador de la vida de quien
lo poseía. Un objeto para atrapar las miradas. Controlaba
al inventor, al hombre que le daba uso diario, le ordenaba la
vida, minuto a minuto. El reloj poseía al dueño,
minuto a minuto.
Me
solía decir el Tano que su viejo trabajaba en la Municipalidad
de la Ciudad de Buenos Aires, en la sección Veterinaria,
cuando los carros de basureros eran de tracción a sangre.
Había tres o cuatro centros de concentración de
carros y caballos en la ciudad. Después de la faena se
limpiaban los carros y quedaban en formación apuntando
con sus varas al cielo. A los caballos se los cuidaba. Se les
daba de comer; además se controlaba su estado físico.
Aquí intervenía el viejo del Tano.
Éste
profesaba ideas libertarias. Cuando vino Perón toda la
familia se hizo peronista, menos él. Continuaba con la
terquedad anarquista. Sentía por los percherones un amor
increíble. Los revisaba todos los días. Los conocía
no sólo por el número del inventario sino por
el nombre que él mismo les daba. Les hablaba, los calmaba,
sabía cuándo algún carrero aporreaba a
alguno. No sólo por las marcas de los lonjazos, sino
por la mirada triste de este noble animal. El viejo del Tano
salía explotando ira. Entraba a los vestuarios, buscaba
a ese hijo de puta y, más una vez, los cogoteaba; y,
más de una vez..., los separaban entre varios. Los carreros
enterados de las iras de este libertario recogían el
arriador al recordar lo que les esperaba.
Con
el reloj les tomaba las pulsaciones cuando alguno andaba medio
descangayado, o tardaba en reaccionar del cansancio. Reloj en
mano controlaba el latido de las arterias de las manos, del
bajo vientre o debajo de cogote. La yema de los dedos le transmitían
el conteo del ritmo arterial y él miraba el Longine atentamente.
Era el control. Revisaba a todos. Les abría la boca y
les observaba las carnosidades de entre los dientes (habas)
que le producían dolor y le impedían comer. Matungos
viejos eran los que padecían ese crecimiento. Tenía
sus preferidos. A éstos les chamuyaba al oído,
¿ideas libertarias? Qué contradicción la
de este libertario hablarle de libertad al percherón
encerrado. Los anarquistas siempre defendieron la naturaleza
y a sus habitantes. Cómo justificaría este encierro,
vaya uno a saber.
El
Tano continuaba acunando el reloj, sin pestañear.
"Hay
que esperar más", me decía, y acariciaba
mi oreja como haciéndome auto cariños, alentando
la paciencia o inventando supuestas andanzas del reloj. Había
imaginado, a decir verdad, un gracias, efusivo y exclamaciones
de admiración por esa joya tan significativa para el
Tano.
-El
reloj de mi viejo, -dijo al regresar- gracias Negro, por devolvérmelo.
Cuánto tiempo sin él -repitió mirándome
con un reproche por la tardanza, con la boca casi cerrada.
Lo
envolvió con más servilletas, lo guardó
en un bolsillo interior, y dijo como dando por finalizado el
encuentro:
-¡Qué
contenta se va a poner Lea, cuando le diga que me devolviste
el reloj de mi viejo!, de verdad, se va a emocionar. Negro,
pagá vos el café -y se fue despacio tanteándose
el bolsillo interior, se dio vuelta y me dijo: -Mañana
te llamo.
Se
marchaba contento rumbo a la boca del subte, todas las citas
que tenía comprometidas a un determinado horario las
suspendió el reloj, que viajaba tibio en el bolsillo
izquierdo.
-¡Dale cuerda todos los días! -le grité,
esperando el gracias deseado. No me dio bola. Me saludó
sin darse vuelta, con un saludo invertido. Me dije una vez más,
como conformándome, que yo también estaba contento,
que le había regalado una alegría a un amigo.
Eso me hacía sentir bien, aunque quería que me
dijera gracias, porque soy un bicho humano, y deseaba ese gracias.
El Tano se iba, esta vez todo entero, contento...
*
Trabajo realizado el 28 de marzo del 2007, con motivo que Mangieri
era nombrado como ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
*
Juan Carlos Cena / Miembro Fundador del MONAREFA
Ex Secretario General de la Seccional Organismo Central de Capital
Federal del Personal de Dirección de los Ferrocarriles
Argentinos. / José Luis fue editor de todos sus libros
hasta su muerte.
Caracteres:
23.215